Besarle era como perder los sentidos en una milésima de segundo y saber que sus labios de durazno era lo único que calmaba mi adicción a su piel. Tocarle era como hilvanar su nombre letra a letra a los tumbos que daba mi corazón y así revivir cada día la receta, siempre en el mismo lugar, en ese sordo y mudo espacio donde repetía mi ritual favorito….
el ritual de su cuerpo junto a el mío.